viernes, 14 de mayo de 2010

JAIME SALAZAR ADAME

Al otro lado del río/II (*)

Para emigrar hay que romper con los límites de una pequeña existencia cuyas líneas están trazadas de antemano y salir del estrato de la sociedad atrasada a la que se pertenece. Y nada mejor que los Estados Unidos para concitar esas esperanzas, nos hace saber Marco Antonio Monge Arévalo, en el texto que comentamos, cuyo título sirve también para cabeza de este artículo. América se convierte así en reino de la revancha social. La utopía popular o paraíso de los pobres, de larga tradición en el pensamiento religioso.

En los primeros capítulos del texto de referencia, hay una opción concreta con el territorio elegido para emigrar, la frontera que hay que transgredir para acceder al otro espacio aun a costa de la vida misma. Porque aunque la vocación del límite es la de ser infranqueable, la necesidad demuestra que ninguna frontera puede escapar al tema de su penetración.

Ningún territorio puede cerrarse completamente al otro por muros, ríos y desiertos que se opongan, existen 23 localidades que permiten el acceso, a los más de 3 mil kilómetros de frontera entre México y los Estados Unidos, pero sólo 8 de las cuales concentran el flujo migratorio. Todo límite supone su transgresión, por lo que deben organizarse los lugares de entrada: aeropuertos, centrales de autobuses, estaciones de tren, caminos, pasos. Por ellos penetran siempre, legal o clandestinamente, los emigrantes, anota el autor.

En cualquiera de los casos, la decisión de emigrar exige un gran coraje, porque no hay nada más extraordinario que la decisión de emigrar, nada más extraordinario que esta acumulación de sentimientos y de reflexiones que llevan finalmente a una familia, o a uno de sus miembros a despedirse de la comunidad en cuyo seno ha vivido durante siglos, a romper los antiguos lazos, a dejar los paisajes familiares y a lanzarse hacia una tierra desconocida, pero buscada a través de las rutas que los guerrerenses más transitan: Sonora y Nuevo Laredo, y en menor proporción Ciudad Juárez.

Estos relatos de Monge Arévalo, nos recuerdan los versos del poeta Milton, cuando nos dice, “hay que lanzarse al negro océano sin límites, sin dimensiones, donde se pierde lo largo, lo ancho, lo profundo, el tiempo y el espacio”, para ello hay que disipar la profunda angustia de la partida, que provoca a la casa hogareña que no quisiera verse nunca abandonada, y darse los ánimos solamente por las remesas que regresan a reactivar la economía familiar y comunal y tal vez la esperanza de jalar a la familia una vez conquistado un espacio y una actividad.

Porque el deseo de empezar desde cero, lejos de aquí, ha funcionado como estímulo e impulso para la idealización del espacio norteamericano. Estados Unidos es un espacio lleno de posibilidades. Emigrar es el camino más rápido para triunfar testimonia Monge Arévalo. Por otra parte, nos explica, es el único camino para fugarse de la miseria. El nuevo mundo descubierto en la mente del emigrante no tenía forma ni estructura real. Era una brillante extensión de tierra poblada de posibilidades, cuando los migrantes son admitidos sólo para satisfacer demandas de trabajo, y se derrumba cuando al cabo de un tiempo son desechados con suma facilidad como un pañuelo de papel usado.

La utopía o ilusión espacial se sustenta, pues, en un territorio idealizado por la distancia o por lo poco que se sabe de él, aunque también puede ser la gran capital para el habitante del mundo rural sujeto a un sistema de supervivencia agraria feudal, entonces son las luces de la ciudad las que han motivado vastos éxodos rurales hacia ellas.

Los que siguen los caminos del hambre confían en que por el hecho de atreverse a cruzar al otro lado del río, dejarán atrás la miseria y el hambre. Pero a la inversa, la crisis urbana, económica y moral contemporánea ha impulsado un retorno a la tierra y una revalorización de la vida sencilla y sin complicaciones en el campo como contra imagen de la contaminación del ambiente y el deterioro social en las grandes urbes.

El retrato que nos dibuja Monge Arévalo en su libro publicado en 2009, es el de un mundo alternativo donde se puede empezar de nuevo la vida, pero donde el camino está sembrado de emboscadas, de ilusiones y de frustraciones, de sueños y de decepciones, pero en todo caso merece la pena lanzarse a la aventura de recorrerlo, aún con leyes retrógradas como la de Arizona.

Al instalarse en un territorio, –expone el autor– el emigrante espera organizarlo a su medida, un proyecto cargado muchas veces de intención utópica. No así los clubes, que devienen en política para ciudadanizarse y distinguirse del caos.


http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/14/index.php?section=opinion&article=002a1soc