martes, 21 de agosto de 2007

Hasta 16 horas trabajan los sanmarqueños en Atlanta, en oficios aprendidos en su tierra

Tercera y última parte
MARCO ANTONIO MONGE AREVALO

ATLATAN, GEORGIA. Hombres y mujeres trabajan turnos de 12 a 14 horas, o tienen dos trabajos de ocho horas por periodo; otros han recurrido a los oficios que aprendieron en su natal San Marcos, con lo poco que ganan viven, crían a sus hijos y todavía subsidian la economía del estado de Guerrero al enviar sus remesas.
Las jornadas son intensas, apenas hay tiempo de dormir y de ver a sus hijos, pues cuando los hijos se van a la escuela, los padres descansan, y cuando los padres regresan de trabajar los hijos ya están durmiendo.
Mientras, en su pueblo algunos creen que la vida en Estados Unidos es fácil y que el dinero cae como los cocos de las palmeras, o que se consigue tan cómodamente como en un día de pesca.
“Hay gente que te dice la verdad y hay otra que no, muchas te dicen: ‘mira, vamos para allá porque se gana el dinero fácil’, y es todo lo contrario. De entrada, el idioma es distinto al nuestro”.
Estos son testimonios de sanmarqueños que llevan de uno a 10 años viviendo en la ciudad que los mantiene vivos, pero trabajando y pagando impuestos; que les da pequeñas recompensas, pero los mantiene en el olvido y con un pie fuera del país:
Una historia entre millones

El sufrimiento de Concepción de la Cruz Villanueva inició en abril de 2005 cuando por olvido, sus compañeros, que momentos antes habían pulido el piso, no pusieron los señalamientos debidos al no colocar las tapas del aire acondicionado, por lo cual resbaló la escalera en la que mantenía el equilibrio limpiando vidrios. Se lastimó la cintura y se fracturó el pie izquierdo.
La sanmarqueña que emigró en el 2002 a Atlanta para apoyar a su familia trabajando en la limpieza de hoteles y del politécnico de esa ciudad relata que al momento del accidente no fue hospitalizada, sin embargo a raíz de una fuerte fiebre e inflamación en el tobillo le pidió a la contratista que le ayudara con el pago de una “cirugía, comida y un poco de dinero para regresarme a mi país”, pues los médicos le dijeron que había perdido el tendón y que no volverá a caminar con estabilidad. Pero la contratista se negó, por lo cual De la Cruz Villanueva, procedió a demandar a la empresa.
Sentada y con la mirada triste Concepción de la Cruz, de 43 años, tuvo que vivir humillaciones de parte de sus propios paisanos hasta que sus abogados lograron que la empresa le diera un cheque por 149 dólares a la semana, nada para la madre soltera que mantiene a dos hijos.
“Los abogados están peleando la cantidad de 128 mil dólares, pero no logramos llegar a la mediación, apenas el 9 de agosto tengo que ir a la Corte”.
–¿De las autoridades mexicanas y guerrerenses qué apoyos ha tenido?
–Hasta a horita, he pedido apoyos en México, pero aquí nada. Necesito que me apoyen hasta que yo esté bien, voy a estar con ellos allá. Me gustaría donar una parte del dinero que me den. Depende de lo que me den apoyaré a una comunidad. Depende de lo que me den yo estoy con mi país.
–¿Se regresaría a San Marcos?
–Claro que sí, me gustaría que fuera rápido.
–¿Para usted es esencial regresar a México después de que se vino por falta de empleo y que aquí tuvo una oportunidad de trabajo?
–Sí me gustaría, porque si yo tengo un poco para apoyar a mi familia, y por lo de mi accidente no he podido ayudarle.
–¿Qué le diría a las autoridades guerrerenses?
–Les pido que me ayuden a tramitar un permiso para ir y venir en lo que se resuelve mi problema para estar con mi familia. Tengo dos hijos, niña y niño, viven en México.

El esquinero

Diez minutos después de haberse alejado corriendo de la sombra del árbol en que esperaban a que algún un carro se parara y llegaran a un acuerdo en cuanto al costo de la mano de obra, el esquinero (como les llaman en Atlanta por esperar en las equinas a los contratistas) Rodolfo González, originario de Acapulco, accedió a que lo entrevistáramos:
–¿Por qué corrieron cuando llegamos?
–Pues es que luego la policía toma fotos. Llega, te piden identificación y si no tienes cómo demostrar que eres de este país, te puede llevar.
El acapulqueño es calculador y piensa todas sus respuestas, afirma tener 29 años; haber culminado sus estudios en la Preparatoria 17 de la Universidad Autónoma de Guerrero, además de ser carpintero de oficio, pero que desde hace un año que llegó a Atlanta hace todo tipo de trabajos.
–¿Qué fue lo que te motivó a venir para acá?
–Para que no me contaran, y los salarios en Acapulco no alcanzan para nada.
Aunque a decir de ellos mismos su trabajo es mal pagado (10 dólares la hora). “La gente que nos va a contratar llega, sólo hace señas con las manos: dos o tres. Todos se amontonan, has de cuenta como burros, el gabacho dice tres y se avientan siete. Ya para cobrar uno se arregla en el camino. Hay quienes se aprovechan y nos pagan menos”.
Los esquineros son contratados para pintar casas, mudanza, jardinería, construcción, limpia de drenajes y techos de las casas, hasta por hablar: “hay señores de edad que por sólo cargarle la bolsa y que ande platicando con uno, te pagan”, relata.
Rodolfo González llega todos los días a su esquina, desde las 7 de la mañana hasta las 4 u 8 de la noche. “A horita ha habido mucha escasez de trabajo. La policía llega a cada rato y nos corre. Los sábados y viernes es cuando hay más trabajo, especialmente cuando se acerca la renta, a fin de mes” dice.

Pan al estilo San Marcos

La vergüenza se asoma en el semblante de doña Samira Rosario Díaz, la panadera de “Sanmarquitos”, tiene cinco años viviendo en Atlanta; cuenta con 48 años de edad y dice que dejó su tierra por “buscar la manera de salir adelante”.
La oriunda de San Marcos hace pan al estilo de su tierra, lo vende y lo hace en su pequeño departamento, quienes le compran son los sanmarqueños y mexicanos porque dice “son cosas mexicanas, y ya las conocen”.
Empezó vendiendo 50 panes y ahora vende unos 400. Es casada, tiene cuatro nietos nacidos en Atlanta y cuatro hijos sanmarqueños.

De catedrático a migrante
El ex catedrático de la Universidad Autónoma de Guerrero, Gerardo Nava Morales, se apena cuando comenta que sus primeros trabajos en Estados Unidos fueron vender naranjas y cacahuates en California; actualmente trabaja en un taller joyero en Atlanta.
Nava Morales, de 49 años, cuenta que la razón por la que emigró fue porque aún siendo catedrático de la UAG, su sueldo era muy bajo, “y me tocó una situación muy difícil en la UAG; tardamos más de dos años sin cobrar ni un cinco. Yo aguanté un poco porque tenía un taller de joyería, pero no se pudo más”.
–¿Regresaría a México?
–Cómo dice el dicho: como México no hay dos. Me gustaría regresar, pero tenemos que tener un patrimonio para poder vivir allá. He trabajado en el campo allá pero no le dan prioridad. Hay tierras. Los que se hacen ricos y acaparan todo son los intermediarios.
–¿Por qué se vino a Atlanta?
–Porque aquí viven mi sobrino, mi cuñado y mi hijo.


Tacos de cecina en “Sanmarquitos”

Cuando se pasa por el apartamento de la familia Suástegi Avila, se huele México, se huele a unos buenos tacos de cecina y demás antojitos mexicanos.
Nicandro Suástegi Avila y su familia llegaron a Atlanta en 1997; en San Marcos él se dedicaba a administrar un taxi; sin embargo, dice que lo que ganaba allá no se compara con lo que gana en Atlanta: “la verdad allá se gana muy poco, como 500 pesos al día menos gastos que invierte uno, como 350”.
La historia de la venta de tacos y comida estilo San Marcos, en su casa, comienza con la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, en 2001, ya que la contratación de mano de obra bajó, así que se les ocurrió vender comida en su casa, a sus vecinos de “Sanmarquitos”.
“Es menos presión, lo que gano es mío y cuando estamos cansados nadie nos presiona de que tenemos que trabajar. Mi esposa trabajaba en limpieza en un hotel y le gustó lo de la comida y ahora sólo vendemos”.
–¿Con las nuevas leyes usted se regresaría a Guerrero?
–Tal vez, porqué ahora es más difícil si no tenemos licencia.

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